Esa cosa llamada amor. Maldito mecanismo de reproducción casi infalible tan instintivo, tan adictivo, tan droga.
Y que no me fleche cupido. Que no me fleche porque caigo rendido. Y es probable que todo mi ser se vuelva devoto al sentimiento.
Todo aquello que duele implica aprendizaje forzoso. Si no se toma esta vía es inevitable el caer ante las fauces del dolor como el mayor de los idiotas. El retropiezo en la piedra y como seña de gravedad latente, caemos al suelo en seco; en una explosión nerviosa de dolor y otra menos discreta de sangre.
Maldito puto amor. Tan hermoso pero tan sofisticadamente delicado. Si no se para uno en la cuerda correctamente, se pierde el equilibrio bajo riesgo de no caer sobre ninguna red. Perdición súbita e inesperada. El amor es así; un dolor de culo si no se enamora uno de la gente debida. Y delante de todo aquel transeúnte caminando por el circo de la vida uno cae desde alturas insospechadas y muere de amor. En quizá la muerte más dolorosa de todas. Caída libre hacia la muerte en vida.
Yo jamás me enamoro de nadie de quien deba. Cuestión de suerte. Tengo la mejor suerte del mundo, puedo asegurar sin miedo a equivocarme. Sin embargo, para las cuestiones del corazón tengo la peor. Siempre que alguien se me perfila como un amor en potencia he llegado demasiado tarde y alguien ya ocupa mi sitio.
Después la fidelidad se vuelve un problema para todos. Miedo experimentar si es posible una relación discreta y apasionada a costas de un tercero, y lo más importante, el antecedente de un amorío. ¿A quién le interesa tener a su lado a alguien que pone el cuerno, aunque sea con uno mismo. Mamá decía: Quien la hace una vez, la hace mil veces.
He tenido maravillosas relaciones arruinadas por un tercero. No quiero ser partícipe de esta clase de demoliciones amorosas. No soy aquel indicado para robar el amor de alguien. Y es por eso, que maldigo al amor, cuando sé que en el fondo debería reclamarme a mí y sólo a mí por no ser tan hijo de puta y mostrar un poco de respeto por todos estos noviazgos.
Nunca he perdido la esperanza de encontrar a la persona indicada. Aunque por el momento mi cabeza no reconozca a nadie más como eso que busco. El tiempo debe curar las heridas y el dolor me habrá enseñado una lección.
Cupido me debe varias borracheras. Bastantes.
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